Un sueño perdido

15.09.2016 11:55

UN SUEÑO PERDIDO

Dr. Wojciech Swida

…“Las calles y las lunas suburbanas

 y mi amor en tu ventana

 todo ha muerto ya lo se”

Homero Manzi

--------------------------------------------------

Jacques Lacan en su seminario XI cita el sueño de un padre a quien se le murió el hijo, el padre está sentado en el velorio junto a su hijo, se dormita y entre la realidad y el sueño ve a su hijo vivo que está siendo consumido por las llamas y grita pidiéndole ayuda. El padre no puede hacer nada y entiende que esto es un sueño, que basta con despertarse para encontrarse con esta otra realidad del hijo muerto. No quiere despertar y si en algún momento se despabila intenta dormitarse nuevamente para continuar soñando aquel sueño terrorífico para no vivir la realidad que es más grave aún.

            Este sueño narrado por Lacan en sus estudios psicológicos fue llevado por Jan Sowa a la psicología social diciéndonos que a los pueblos también les resulta difícil enfrentarse con realidades diferentes a las que vienen soñando desde hace siglos y mantienen toda su idiosincrasia en esta realidad onírica  sin pensar que el mundo ha cambiado y hasta se modificaron las condiciones geopolíticas del pasado.

            La Argentina, a partir de los años 80 del siglo XIX se ha transformado en un país agroexportador en el cual las pampas húmedas eran la única realidad, la del país “agroexportador”.

            Este término tan usado por nosotros hasta la fecha tienen connotaciones que van mas allá de la simple cuestión económica, el país agroexportador era además una forma de vida en especial de la clase alta, una forma de vida de un país despoblado donde el gaucho vagaba por la inmensidad de las pampas, las “chinitas” eran útiles para los servicios domésticos y además para evitar que los muchachos de la casa se vayan contagiando enfermedades “feas” por ahí. Significaba también que si alguna chinita quedaba embarazada el “abuelo” se hacía padrino del niño y de alguna forma se hacía cargo de su mantenimiento. No era pensable que este niño fuera reconocido como un auténtico miembro de la familia. Véase al respecto “Don Segundo Sombra” de Ricardo Guiraldes. Hay que agregarle a esto la costumbre de las clases altas de viajar a Paris para “tirar manteca al techo” y despilfarrar las enormes ganancias que daba el agro importando a las pampas todo tipo de artículo de lujo incluso la construcción de grandes mansiones y estancias.

            Con el transcurrir de los años las pampas se fueron poblando con la inmigración, Buenos Aires, de una gran aldea con calles suburbanas se transformó en una gran metrópolis y todo esto llevó al desarrollo de una gran industria que se originó por el esfuerzo de algunas familias con capacidad para agrandar sus establecimientos en el que incluían cada vez más empleados proveniente del interior del país o de las masas inmigratorias. Ahora, como dice Arturo Jauretche, los paisanos que antes eran hábiles en los trabajos del campo se transformaban en hábiles trabajadores especializados en la industria transformándose en una enorme multitud que para las clases adineradas eran el  “aluvión zoológico”.

            Los grandes industriales querían también vivir ese sueño del país agroexportador y transformaron en costumbre el usar sus ganancias para comprar campos con vaquitas y alquilar un palco en el teatro Colón aún cuando sus preferencias musicales pasaban por el tango. Así las grandes industrias dejaban de ser interesantes para la familia y podemos decir que las empresas duraban normalmente una generación y un poquito, el hijo que tenía que ser “dotor” ya nada sabía de la industria del padre porque ¿Quien iba a querer ensuciarse con la grasa de las máquinas?

            Así se formó toda una clase que vive el sueño de Lacan junto al cadáver del país agroexportador. Y en este sueño no solo está la clase alta, sino también todos los  que quisieran estar con aquella.

            La realidad es el hijo muerto. Ya no es posible pensar en la Argentina como el “granero del mundo”, ya todo el mundo tiene su propio granero e intenta sostenerlo para evitar el egreso de las divisas y compran el grano y los comóditis argentinos tan solo cuando pueden pagarnos con baratijas muy costosas. La industria nacional continúa siendo lo que en los años 30 y 40 se llamaba despectivamente “flor de ceibo” es decir algo que produce objetos de menor valor cultural porque no llevan  una marca europea, pese a que éstas pueden ser producidas en el sudeste asiático o en China.

            Toda esta clase media que se desarrolló con la inmigración desde principios del siglo XX ha transformado la imagen del país. Antes nuestros próceres eran todos morochos como por ejemplo Mariano Moreno, Rivadavia, Sarmiento, San Martín; hasta Miguel Cané decía que debíamos cuidar a nuestras mujeres para que no se mezclen con la sangre de los rubios inmigrantes. Ahora el país entero pretende ser alto, rubio y de ojos celeste como el actual presidente y las mujeres ocultan su hermoso cabello azabache tras tinturas varias.

            En definitiva los argentinos quieren seguir viviendo el sueño de Lacan olvidándose desesperadamente que la única verdad es la realidad como decía “el Pocho” y esta realidad está allí con nuestras pymes, con nuestros trabajadores industriales altamente especializados, con nuestros numerosos premios Nobel y con nuestras fábricas tomadas. El campo también está en la realidad, pero ya no es el mismo, ni tampoco son iguales las idiosincrasias de su gente. Hoy el nuevo Código Civil modificó totalmente los derechos de las “chinitas” y las leyes de trabajo protegen en la justa medida a quienes deben vivir de su salario. No obstante parece que quisiéramos dormitarnos de vez en cuando como en los años 70 ó 90 del siglo XX o la actualidad, porque la realidad nos asusta, especialmente cuando los de abajo se acercan a los que creen estar más arriba.

Entonces conviene terminar el presente con los versos de Homero Manzi:

….“arena que la vida se llevó,

pesadumbre de barrios que han cambiado

Y amargura del sueño que murió. “