Cuentos 5

20.05.2013 13:05

 

CUENTOS 5

 

EL GOLPE

           

            De todos los delitos que pueda cometer el ser humano, la estafa es la que más ingenio requiere de parte del delincuente. El estafador no es como el ladrón de poca monta que roba con una pistola en la mano o que mata a la víctima para despojarla de sus bienes. Un poco más de ingenio y preparación necesitan los punguistas  o quienes entran con sigilo en una casa para asaltarla sin que los dueños se despierten. Entre todos ellos el estafador es el maestro genial  que mediante ardid o engaño logra que su víctima  se despoje voluntariamente de sus bienes o que incluso se sienta cómplice del delito que se está cometiendo, razón por la cual rara vez los denuncian. Un caso típico es la venta de la máquina de hacer dinero donde la víctima entrega sus ahorros para que sean duplicados por una supuesta máquina que los duplica.

            Como ejemplo clásico podemos citar la película “El Golpe” que con una narrativa apasionante nos describe todo el proceso de la estafa en la que participa incluso un agente de policía convencido de estar  protegiendo al “ciudadano víctima”. Veremos en esta película que la estafa debe estar preparada minuciosamente cubriendo hasta el último detalle de manera tal  que ni la víctima ni las autoridades dejen de estar convencidas hasta que ya es tarde y los estafadores se alzaron con su botín. Entre nosotros un ejemplo claro de tales maquinaciones es la película “Nueve Reinas”.

            Pamperito SA. programó su salida del mercado argentino en forma minuciosa, operando de forma tal que los trabajadores pudieron advertir la maniobra en su contra cuando ya era tarde y la  empresa había  hecho desaparecer todos los bienes que estaban afectados a pagar en forma privilegiada los créditos de los trabajadores.

            Sin embargo no pudieron preverlo todo: en el año 2001 se produce el descalabro definitivo de todo el proceso neoliberal que se fue desarrollando en la Argentina desde fines de los años 60 y que logró durante todo este tiempo instalar en la población sus ideas que condujeron, como lo están haciendo actualmente en Europa, a la desocupación, al crecimiento desmesurado del poder económico de una pequeña franja de la población y al simultáneo empobrecimiento del resto de la población que dependía de su fuerza de trabajo.

            En diciembre de 2001 sintieron el golpe hasta aquellos quienes de alguna manera se habían beneficiado hasta entonces con las políticas neoliberales. Es que muy pocos advirtieron que hasta ese momento estábamos disfrutando de la opulencia del “deme dos” con la tarjeta de crédito del estado y que los créditos asumidos, tanto por las grandes empresas como por los pequeños burgueses quienes estaban disfrutando de su  auto importado, en algún momento debían ser pagados con el agravante de que lo íbamos a pagar todos los argentinos y sobre todo aquellos que nunca habían gozado de los beneficios de la deuda externa.

            Fue entonces que la totalidad de los argentinos se sintió hermanada y tanto los piqueteros desocupados como los pequeños burgueses atrapados en el “corralito” salieron a la calle con sus cacerolas y derrumbaron a toda la clase política con la consigna “que se vayan todos”.

            A partir de ahí se generó una suerte de militancia social que había desaparecido durante la década de los 90  juntamente con el interés de la población por la política. Se crearon asambleas barriales, las cuales no tenían un sustento ideológico.

            Se modificaron también los términos de intercambio y Pamperito SA. se encontró con la necesidad de retornar al país. Fue necesario entonces cambiar sobre la marcha todo el plan anterior de deshacerse de 5.000 trabajadores sin costo alguno. Ahora había que transformar los pedidos de quiebra en un concurso de acreedores ofreciendo el pago de las deudas en las condiciones más beneficiosas para la empresa y maquinando la exclusión de aquellos acreedores que resultaban demasiado caros o eran hostiles a la propuesta que la empresa presentó en el correspondiente Juzgado Comercial. Como veremos estos cambios sobre la marcha no tuvieron la debida preparación y pese a la intervención de renombrados estudios jurídicos se cometieron errores que luego tendrían que ser pagados.

            No obstante la empresa logró reinsertarse en la Argentina convirtiéndose en uno de los líderes en su ramo.

            Como dijimos en el capítulo anterior, la empresa en principio comenzó a depositar $ 100.000 mensuales en el expediente del concurso para el pago de los créditos laborales. Pero pronto advirtieron que esta modalidad era demasiado onerosa y por otra parte que de ésta manera no podrían terminar de pagar la deuda laboral nunca, ya que, por expresas disposiciones del Código Civil, estos pagos parciales podían ser imputados a los intereses y no al capital, por lo que el capital en sí nunca se extinguía.

            Corría ya el año 2004 y los abogados que habían tomado la representación de los trabajadores estaban cansados de esperar una respuesta efectiva a sus demandas. Por otra parte el proceso concursal no podía extenderse por mucho más tiempo, tanto por razones legales como por las razones prácticas de una empresa que debía mantenerse libre de procesos para poder operar cómodamente en la plaza. Finalmente hay que recordar que el cambio de al composición de la Corte Suprema de Justicia amenazaba la actitud permisiva de los jueces concursales a quienes la Procuradora General de la Cámara de Apelaciones denominó en una ocasión como “livianos” en su comportamiento hacia las empresas en trámite de concurso preventivo.

            Surgió entonces una nueva idea pero, como tenía ribetes casi delictivos, la empresa prefirió delegar la ejecución de la misma a terceros que iban a convencer a abogados y trabajadores para que acepten las propuestas de Pamperito SA..

            Había que preparar la puesta en escena para que condicione mentalmente a quienes debían ser convencidos para aceptar las propuestas de la empresa. Para eso se ocupó  uno de los viejos galpones, donde antes trabajaban Elda y el resto de nuestros personajes, para constituirlo en el lugar donde iban a ser recibidos por esos siniestros personajes, que por su aspecto eran dignos de las caricaturas de Divito. Los galpones estaban sucios, vacíos (se notaban todavía las huellas de las máquinas que fueron arrancadas de su lugar y “desaparecidas”). Por los salones vacíos volaban diarios viejos y en los rincones se acumulaba basura de todo tipo. El que entraba en el lugar debía esperar en ese ambiente durante un rato largo, para ser atendido luego por un personaje desconocido, sentado detrás de un viejo escritorio, en un rincón del galpón separado por un biombo descascarado. Este trámite además se realizaba en pleno invierno por lo que el panorama además de desolador era frío, tan solo una estufita de velas de cuarzo calentaba los pies del siniestro personaje. Tan solo faltaba un gato negro y una lechuza para completar la imagen.

            A este lugar eran citados los trabajadores que habían verificado sus créditos y sus abogados, si es que los tenían, y ahí se les formulaba una propuesta totalmente reñida con el derecho de trabajo, sus principios fundamentales y algunos artículos esenciales de la ley de contrato de trabajo.

            La empresa se comprometía a pagar el 60% de la cifra resultante de la sentencia que verificaba el crédito del trabajador, sin contar los intereses establecidos por el juez. Esta suma iba a ser dividida en cuotas mensuales de hasta tres años  sin devengar interés alguno.

            Es necesario destacar, para quienes no son especialistas en el tema que el derecho de trabajo le prohíbe al trabajador renunciar a sus derechos firmes y la aceptación por el trabajador de tal renuncia es imputada al estado de necesidad en que el trabajador se encuentra y al carácter alimentario de sus créditos. Una renuncia de esta naturaleza es castigada por la ley con la nulidad.

            No obstante muchos trabajadores y abogados inescrupulosos aceptaron la propuesta hecha por la empresa y firmaron el convenio en la forma que se describirá más adelante.

            Algunos abogados, menos escrupulosos todavía, hicieron un convenio aparte con la empresa, por el cual ésta se comprometía a retener un 20% del ya reducido capital del trabajador para entregárselo a los abogados en concepto de un presunto convenio de honorarios que nunca fue suscripto. Es más en algunos casos como en aquellos que eran patrocinados por los Drs. Perez  y Diaz de Lanús, los trabajadores tenían que suscribir una autorización para que las cuotas puedan ser percibidas por sus abogados patrocinantes que luego les entregaban de la misma la cantidad de dinero que les parecía incrementando de esta manera sus honorarios. Esto último está terminantemente prohibido por la ley y castigado con la nulidad del pago, pero como podemos ver, a todos estos buitres les importaba muy poco.

            Vemos entonces que los créditos de los trabajadores sufrieron una doble reducción: primero la que se hizo en los convenios celebrados en el Ministerio de Trabajo en el año 1999 y luego la nueva quita de los convenios del año 2004 del 40%, ello si contar además la pérdida de los intereses  y la producida por la desvalorización monetario durante el largo  período de pago de cuotitas.

            Aquellos que habían sido contratados por la empresa para realizar tales negociaciones, se pusieron en actividad de inmediato y recorrían el país buscando a todos aquellos trabajadores reticentes a sufrir tales pérdidas para convencerlos de mil maneras diferentes. Algunos sin embargo no se dejaron convencer y lograron aguantar hasta obtener la satisfacción total de sus créditos.

            Toda esta maniobra que involucró a cerca de 5.000 trabajadores y millones de dólares, no fue informada al juzgado interviniente en el concurso de acreedores porque, naturalmente no se podía informar actos ilícitos que perjudicaban tanto a los trabajadores que firmaron el convenio cono a los demás que no disponían de sobrantes contables de la empresa para percibir los suyos.

            Sin embargo esta maniobra no podía ser desconocida por las autoridades del juzgado  nombradas para controlar el normal desenvolvimiento del concurso de acreedores como los síndicos.

            Veamos, por la ley que en ese entonces estaba vigente los créditos de los trabajadores debían ser pagados con las ganancias de la actividad mensual de la empresa. Algunos trabajadores firmaron el convenio y estaban cobrando las cuotas. La empresa pícaramente descontaba estas cuotas de las ganancias reduciendo éstas últimas al mínimo o, lo que normalmente sucedía arrojando pérdidas en su balance mensual. Por lo tanto los trabajadores que no firmaron el convenio por considerarlo abusivo no podían cobrar nada,  lo que facilitaba el trabajo del equipo buitres para convencerlos de un cambio de actitud. De esta manera, cada vez más trabajadores eran estafados.

            El síndico entraba en el pecado de cualquier forma: si desconocía la maniobra, por no cumplir debidamente con sus obligaciones de controlador de la actividad de la empresa durante el trámite del concurso, porque debió advertir que en la contabilidad estaban descontando pagos de dudosa procedencia que perjudicaban a los demás acreedores. Si, en cambio la conocía, se convirtió  en cómplice de la maniobra por no haberla denunciado oportunamente formulando su oposición a que la empresa continúe con tal proceder delictivo.

 El entonces juez interviniente también debía estar informado de todo ello porque el hecho fue denunciado en el expediente del concurso. No obstante es posible que esa denuncia haya desaparecido en los vericuetos del juzgado por el accionar desleal de algún funcionario.

            Sin embargo, la maniobra, tal como lo adelantamos no estaba suficientemente bien preparada, tenía sus lados mal cubiertos y en definitiva condujo a la reacción apropiada de algunos trabajadores que firmaron el convenio espúreo (en realidad todos los trabajadores conservan sus derechos, solo que no lo saben), de la que se hablará en el próximo capitulo.