Cuentos 2

20.05.2013 21:21

 

            Elda nación en San Francisco Solano. Desde muy jovencita consiguió trabajo en el establecimiento del sur de la Capital Federal  de Pamperito SA.. Allí trabajando duro, para los años 90 había alcanzado el puesto de supervisora y se sentía orgullosa de su trabajo como así también la había tomado afecto a “su” empresa y a todos los compañeros que al principio eran sus colegas y luego se transformaron en subalternos; muchos ya se habían jubilado y otros nuevos ingresaban para ocupar los puestos vacantes.

            En los primeros años de su trabajo viajaba con el trencito de trocha angosta “el provincial”. Ya a las 5 de la mañana se agrupaba gente en la estación que de alguna forma congregaba al pueblo en torno suyo. Los campos estaban sembrados de casitas humildes de a una o dos por manzana, de manera que se iba hasta la estación atravesando terrenos que de tanto usarse habían dejado marcados los senderos.

            El ferrocarril provincial contaba con dos formaciones una guiada por muna “manicera” a vapor y la otra tenía el lujo de una “diesel “, la trocha era de las angostas y su recorrido era desde  Sarandí hasta la terminal en  La Plata ubicada a unas cuarenta cuadras del centro de esa ciudad.

            En Solano las dos unidades se debían encontrar, por lo que una de ellas debía entrar en la vía lateral construida para ese propósito. Cuando el tren que venía de La Plata se anunciaba con su silbato, el jefe de estación, que era a su vez señalero y vendedor de boletos, se ponía un guante de baqueta tomaba el cable trenzado que corría por debajo del andén y tiraba de el para bajar la señal de paso y el tren tirando vapor entraba en la estación. El jefe corría entonces hasta la bifurcación de las vías para, mediante una palanca, cambiar la vía de manera tal que el tren que venía en sentido contrario podía entrar en la vía lateral.

            Todos subían a bordo y ocupaban sus lugares los que por simple costumbre día tras día y año tras año eran los mismos para cada uno y no se discutían. Algunos sacaban los naipes para continuar el juego de tute cabrero o del truco del día anterior, otros desenvolvían el desayuno que no habían alcanzado a comer en su casa.

_ ¡Elda, cebá mate!_  pedía alguien.

_Chau mate_ contestaba Elda con su chiste de todos los días que, pese a lo  repetido, era festejado con una carcajada.

Se le pedía entonces al guarda, quien era depositario, el “primus” que en conjunto se habían comprado, se encendía  el calentado a kerosene y una pava con agua era colocada sobre los sostenes de alambre. Elda mientras tanto disponía de la yerba y pronto el mate empezaba a circular,

En la estación terminal en Sarandí bajaban todos y subían al viaducto donde tomaban el tren a Constitución y desde ahí caminaban unas cuantas cuadras para llegar al establecimiento.

Con el tiempo San Francisco Solano se fue poblando y con la intervención del siempre recordado ministro de economía Martinez de Hoz el trencito fue eliminado, de a poco las vías fueron robadas y alguien se llevó los durmientes de quebracho e incluso parte de la piedra que les servían de base. Los yuyos crecieron rápido y la vía fue ocupada por alguna que otra casita precaria que luego se fueron multiplicando hasta ocuparlo totalmente. El proyecto de construir sobre el trayecto del tren una autopista, pronto fue olvidado por las autoridades.

Elda debía entrar en su trabajo a las 7 de la mañana, por lo que caminaba sin grandes apuros desde Constitución aprovechando el tiempo para fumarse uno o dos cigarrillos que iban a ser los últimos durante toda la jornada laboral.

Ya vestida con sus ropas de fajina entraba en los talleres donde el ruido de las máquinas anticuadas era infernal y todas las obreras remplazaban al turno anterior.

El ruido era tan fuerte que Elda debió desarrollar una voz poderosa para lograr que se escuchen sus órdenes, adquiriendo con el tiempo un tono autoritario que rara vez era discutido en el establecimiento y en su casa. Tenía 2 hijos que ya iban solos a la escuela construida de madera y cuando volvían al mediodía se preparaban el almuerzo que la madre les dejaba de la noche anterior, aunque a veces eran invitados a la casa de una de las abuelas.

A fines de los años 90 empezó a correr el rumor por la empresa sobre un posible cierre de la misma y de todas sus sucursales. La preocupación era de todos, tanto por los puestos de trabajo como por la empresa misma que ya componía una parte de la existencia de los trabajadores. No había nada en concreto y las autoridades superiores negaban cualquier pregunta que se les formularan. Pero los trabajadores advertían que las máquinas más modernas eran retiradas y la producción había disminuido sensiblemente.

En noviembre de 1999 Elda recibió un telegrama que la convocaba a concurrir al Ministerio de Trabajo a una audiencia designada a pedido de la empresa.

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Don Luis era jefe de plante, hacía 40 años que había ingresado en la empresa y prosperó por su capacidad y sus dotes de mando. Si bien en la empresa llevaba el uniforme de fajina, como los demás, tenía un porte elegante, era alto  y su cara denotaba cierta expresión de inteligencia y autoridad. Los trabajadores se dirigían a él con respeto y en general era querido por sus subalternos.

Don Luis era el nexo entre las autoridades de la empresa y los trabajadores. Consultado por ellos los tranquilizaba diciendo que la empresa pasaba por un mal momento pero que ya iban a salir de ello y en el mientrastanto no se había proyectado despedir a nadie, eso es por lo menos lo que le informaban las autoridades.

Sin embargo no dejaba de preocuparle la merma de la producción y sobretodo advertía que en la empresa no había stock de productos los que eran retirados con camiones que no pertenecían a la empresa y con destino incierto. También advertía que los sueldos eran pagados con atraso y los trabajadores menos antiguos eran suspendidos por falta de trabajo. La empresa tampoco tomaba personal nuevo para cubrir las vacantes que se producían por cualquier causa.

Pero pese a la situación mantenía cierto optimismo que le era trasmitido desde la dirección de la empresa.

Su mejor salario le permitió construirse, con lo ahorros de toda una vida,  una casita más adecuada a su status de clase media. Con el tiempo, en ella tuvo que hacerle espacio para la hija, el yerno y los nietos quienes, debido a la gran desocupación que había en los años 90 no conseguían más trabajos que changas temporales.

En noviembre de 1999 recibió un telegrama que lo convocaba a concurrir al Ministerio de Trabajo a una audiencia designada a pedido de la empresa.

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Jacinto era un provinciano que se radicó en el gran Buenos Aires hacía 20 años y desde el comienzo entró a trabajar en Pamperito SA. En el departamento de limpieza. Pese al tiempo transcurrido no perdió ni la tonada ni la educación provinciana la que, si bien no pasaba del conocimiento de la lectura y escritura, tenía un fuerte acento sobre la obligación de honestidad, respeto y dedicación al trabajo.

Vivía en Claypole, no muy lejos de Elda pero la distancia le permitía acceder al ferrocarril General Roca y vía Temperley llegaba rápidamente a Constitución. Tenía una casita humilde, esposa y numerosos hijos, empeñándose en que todos pudieran dedicarse al estudio.

En la empresa, con todos los elementos de limpieza en la mano cuidaba del barrido de todo el polvillo resultante de la producción, el que manteniéndose por un tiempo en el aire se depositaba finalmente en las máquinas y en el piso. Ese polvillo era respirado por los trabajadores durante años, muchos de ellos sufrieron por su causa graves afecciones pulmonares.

En noviembre de 1999 recibió  un telegrama que lo convocaba a concurrir al Ministerio de Trabajo a una audiencia designada a pedido de la empresa.

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Jorge se recibió de perito mercantil al estilo de la enseñanza antigua donde los alumnos egresaban con un fuerte conocimiento de la contabilidad. La incapacidad de su padre le impidió continuar la carrera de contador y tuvo que buscar trabajo tanto para mantener a sus padres como para proyectar su vida futura. Vivía en un departamento en Barracas, heredado por generaciones por su familia, de habitaciones amplias y cielorrasos elevados.

Buscando trabajo pronto lo consiguió por los méritos de sus calificaciones en las oficinas de Pamperito SA. Donde realizaba trabajos contables. Era un muchacho avispado y alcanzó a comprender todo el mecanismo contable de la empresa y a conocer todos los secretos que no debían ser divulgados. Muchos asientos debían ser dibujados para que pasen inadvertidos ante las autoridades fiscales.

Desde su puesto sabía que la empresa, aprovechando la legislación neoliberal instalada durante los años 90, por el entonces ministro Cavallo se había dividido en varias empresas diferentes que componían un mismo grupo y estaban distribuidas en diferentes localidades, principalmente en la provincia de Buenos Aires, aunque también tenía un par de empresas en el interior del país. Todo ello le permitía que las diferentes sucursales puedan funcionar independientemente manejándose con las leyes protectoras de las PYMES pese a que en definitiva eran gobernadas por un solo directorio.

Advirtió también que se había constituido una nueva empresa en Brasil que funcionaba bajo el mismo nombre. El movimiento le resultaba claro a Jorge ya que la diferencia en los términos de intercambio y la liberación de tránsito de bienes y mercaderías instituidos por el Tratado de Asunción que creó el MERCOSUR le permitía beneficiarse con el menor costo laboral de Brasil y vender sus productos a valores superiores en Argentina. Esto se fundaba en la ley de convertibilidad que sujetaba el peso al dólar, pese a que durante los años 90 seguía habiendo inflación encubierta que en los primeros dos años de la paridad fue de un 80%.

Sabía también que la maquinaria más moderna de la empresa fue trasladad a Brasil y que la producción nacional era de inferior calidad.

Todo ello sumado a la contabilidad dibujada en la cual se imputaba a beneficios la amortización de capital, entre otras cosas, le daban un cálculo de un vaciamiento de aproximadamente de 80.000.000 de pesos o dólares.

Jorge no recibió un telegrama. Simplemente lo llamaron de la dirección de la empresa y le ofrecieron una indemnización que superaba en mucho la que le hubiera correspondido por la ley de Contrato de Trabajo. Después de conciderarlo unos días y previendo el derrumbe acepto la indemnización que le fue abonada en dólares, pensando que con ella podría amortizar todos sus problemas presentes y futuros. Colocó la plata a plazo fijo en un banco de reconocido prestigio.